El no aludido amante.

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El no aludido amante,
quizá por inocencia,
o pura displicencia,
pecó por arrogante.

Pues ella estaba clara,
y él ni la cazaba,
cuando se puso rara,
el hombre la abrazaba.

Y le decía "mi vida",
ya vengo voy por algo,
y posponía la herida,
perdón si aquí me salgo.

Usaba la estrategia
de un ajedrez lejano,
su pieza era la regia
función del cortesano.

Así fue postergando un fin más que anunciado,
pero dejó secuela en su linaje,
como el juego de hacerse el encantado,
o cambiar en la noche de ropaje.