María Magdalena

Toca hijo mío, sigue tocando tus melodías para tu madre,
¿no ves como brilla el Sol? Salúdalo hijo mío, hijo mío,
salúdalo con tu flauta pues es tu padre quien te saluda
acariciando tus mejillas e iluminando tus cabellos.
Corre hijo mío, como tanto te gusta vida mía, a jugar
con las vacas, corre a través de tu prado, hasta terminar el valle,
regálales tu música a tan dichosos
animales, como si estuvieses bebiendo su dulce leche,
como si estuvieses saboreando su carne en la misma mesa
que tu madre, regálales tu música como ellas te regalan
su vida. Piérdete en el bosque, saluda a cada pájaro, y
abraza cada árbol con tu alma melódica, no olvides darle
las gracias por la magia de su madera ahora hecha
música, deja que se te acerquen los pequeños roedores,
engrandécelos, y admira el baile de las nutrias y como
vuelan las ardillas entre cada nota, hijo mío, súbete en
una gran roca y allí parado no dejes de inundar el
bosque con tu música, hasta que el cazador olvide ser
cruel, y el ladrón esté lleno de notas y quiera unirse a
ti para robarte melodías, hasta que los amantes
escondidos tengan que salir de su sombra y amarse cerca
de tu música, y del ladrón, hijo mío, y del rey, que
tenga que bajar de su trono para escucharte y bailar con
el ladrón, y pedirle que le enseñe las notas que te robó
para poder entenderlas con la plenitud que irradia de su
rostro, hijo mío, tambalea sus espíritus como el viento
hace danzar al chopo, hijo mío, hasta que sus risas se
conviertan en la armonía que necesita tu flauta, hasta
que tu padre esté cansado y ya no pueda escuchar tu
música, entonces vuelve, vuelve con él, y yo cerraré tus
ojos, y yo te los volveré a abrir, te limpiaré tu flauta
y la tendrás de nuevo mañana en tus manos, cuando tu
padre se levante hijo mío, para escuchar tu música otro
día más, hijo mío, hijo mío... hijo mío...