Accidente

poema de Alastor

Un día de estos la señora prudencia, con su sombrero de ontológicas flores mustias-o de plástico-acabará llamando por teléfono a la señorita obsesión-pobres ricos-. Pero no importa, por ahora. Se conocen demasiado… no se conocen. ¿Quién podría entenderlo? Alguna vez habrán sido la misma persona, supongo, o simplemente en alguna fiesta de “sociedad” habrán intercambiado sus teléfonos, porque sus hijos pasan demasiado tiempo juntos, y al fin y al cabo existen inversiones que uno no puede dejar escapar. El buen escritor sabe dónde poner punto y final. El mejor sencillamente no encontró una respuesta para hacerlo, o tal vez su respuesta fue no cesar de escribir hasta el agotamiento. Así pues me atrevería a afirmar lo siguiente: lo que diferencia a las personas es su agotamiento. Sin embargo casi todos hacemos lo mismo tras quedar agotados. Por prudencia o por obsesión buscamos… y creo que nunca encontramos, porque las cuestiones mejor resueltas, por prudencia o por obsesión son zanjadas con otra cuestión, a pesar de no tener nada que ver, y no es aconsejable dotar esto de ejemplos imposibles pues si no lo habías pensado me temo tienes un problema pero no te obsesiones. Mejor obsesionarse con los ecos disueltos en las palabras sultanas de una mala memoria. Porque toda memoria es mala, por ser memoria y por gustarnos tanto o tan poco el sexo. Acabamos separados, como los hijos de Prudencia y obsesión, y cómo de malditas andan las dos como para no entenderse a sí mismas en las miradas crepusculares de sus dos pequeñas criaturas. A su lado todos somos pequeñas criaturas, creo que esto es por prudencia. Porque cualquiera prefiere obsesionarse con la grandeza, necesariamente. No obstante esto sigue siendo un poema. Seamos felices. A mí pueden obsesionarme todas las miradas del mundo. Pero eso jamás fue un problema. Por prudencia la mayoría de veces arrastro mis ojos por el asfalto hasta prenderlos como fósforos y optar por agrandar un túnel infinito de miradas ardiendo como bosques de una madera tan especial como la que nunca existió y nos vio nacer a todos. El eterno problema del espacio. Esto podría obsesionar a un escritor. Al final decides que el tiempo no existe. El mal, necesariamente ha necesitado tanto tiempo para forjarse… Y sin embargo morimos con la única necesidad de volver a nacer, porque muchacho, este mal es tan caprichoso como para… ¿Cuánto habrá tiempo habrá tardado en crear nuestro olvido? Solo un pozo sin fondo olvida. Y nosotros no somos tan malvados, aunque nuestro pánico puede ser soportado por generaciones y generaciones de infiernos catalogados como inviernos custodiados por muñecos de nieve que sueñan como nosotros, o mejor dicho, nos sueñan hasta la contradicción, mutilando nuestra prudencia y nuestra obsesión, como si necesitásemos orientarnos en este vacío de caminos y pendientes, como si necesitásemos dejarnos llevar. Porque el mal tardó demasiado en pisarlos por primera vez. Entonces un día llegaré a casa repitiéndome “por favor no vuelvas a intentarlo” y esa misma noche alguien me empujará, alguien tan desconocido que me hará pensar en mí mismo. Y no me importará hacia donde me haya empujado. Supongo que todos tenemos algo con lo que entretenernos. O muchos algos. Y bueno, solo una vida. Pero cuando alcanzas aquello tan inesperado y te siguen repitiendo “habrías sido un buen astronauta”-sin tener ni la más remota idea de lo que habrá afuera-te importan un carajo el resto de las personas, ya has cumplido, como todos, y solo necesitas descansar, no mereces más energía, ¿acaso la necesitas? Solo necesitas descansar, o prepararte para volver a empezar; sí señor, de nuevo amanece, pero ya sabes que no debes saltar. Solo esperar un empujón. O ya que sabes que debes esperarlo, empujar tú a otra persona. Las consecuencias siguen siendo desconocidas.