Samaria

¡Samaria! ¡Oh, Samaria! ¡Cómo lloro detrás de tus murallas! Samaria, oh, mi amada, cómo añoro estar en tu atalaya. Observar por muy encima del hombro el despertar del alba. Doblegar la inquina popular con tal de censurar a la gandaya. Observad que así inicia mi tiempo de lamentar a mi difunta Tirsa, capital de mi vida, la aclamada Samaria.

Recuerdo a la que fue mi ciudad, bella como la luna, con aquellas palmeras que adornaban su realidad, tersa como la ovejuna, agua cristalina para la fogosidad, conversa e inoportuna. En aquel tiempo, Samaria y yo, aunamos la unicidad de nuestra unión, símbolo de la unidad de nuestra opinión, para hacer caer los muros del corazón del anatema que impreca la leche y miel que la tierra rechazaba en gestación.

Me acuerdo que cuando vivía en Samaria, es decir, cuando su nombre no aspiraba a montaña, previo a dimitir, entiendo que existía un gozo en mi alma, tras inquirir, ensueño risueño del día cuando las puertas no se cerraban hasta la próxima mañana. En aquel tiempo, Samaria me daba cobijo, sus habitantes eran mis amigos, mis hermanos, por las calles nos divertimos, paseábamos, y si antes no se dijo, nos amábamos, tórtolos cuestionables con favoritismo, aún palpo con la memoria a Samaria entre mis brazos acalambrados.

Y muero al vivir constante recordatorio del olvido, la amnesia de mi difunta Tirsa, porque es cierto que al morir empoderante sacerdocio de soplido, se tercia presunta dinastía, porque desierto queda sí o sí el amante del trono tras fastidio, solercia adjunta a beatería. Desde entonces, Samaria no es la misma, ¿cómo no? Si su nombre se aplaca con la rebeldía, ¡oh no! Sus pronombres opacan que se nombre su altanería, ¡oh, EL-ROI! Si los hombres de Samaria no la hubieran alzado a la colina, qué feliz yo sería, ¿¡pero qué soy?!

Desaparezco por la noche tras puerta cerrada, he venido a ser impuro mercader, apetezco su reproche que sustenta a Samaria, resentido ante el puro ujier, embellezco con oro el broche de la resistencia exiliada, y vencido caigo por doquier. Samaria no recuerda que Jericó no debió ser reconstruida, pero ahora la invita en su dominio por ser reconocida; Samaria no se acuerda que ella y yo debimos ser dinastía, pues ahora se fija en que el domingo sea bendecida; Samaria está muerta por el vicio de la propia justicia, por ahora tendida por el suplicio de la difunta Tirsa; Samaria desaparece entre las ciudades de colina, que ahora, confundida por el oficio de las vanidades, soy yo quien no la olvida.

Samaria, tú que convives con las palmas, si me dejaras destronar tus murallas, conquistaría lo que debo ser, aspirante a Jerusalén. Samaria, si no te rebajaras a tu atalaya, podrías ver conmigo el despertar del alba, podrías seguir siendo mi amada. ¡Pero Samaria! ¿¡Qué acaso no lo ves?! En Jerusalén ya teníamos un Rey. ¡Al menos Tirsa aún tuvo que ver con él! ¡Samaria! ¡¡Oh, Samaria!! ¡¡Me matas con cada vez que debo llamarte Samaria!!

Comentarios & Opiniones

Artífice de Sueños MARS rh

Interesantes recuerdos. Y con razón apareció anteriormente Omri que cuentan construyó Samaria. Y muy mal que Josué se haya apoderado a espada de Tirsa, Eso de usurpadores y que se apropian de pertenencias ajenas a la fuerza no me gusta.

Critica: 
Artífice de Sueños MARS rh

Con razón he nacido en el Perú y me alegro.
Para un novelista esas cosas de líos y lágrimas van bien a su pluma.
Para vos buen saludo y hasta siguiente publicación.

Critica: 
Novelista Rosa

Artífice de Sueños MARS rh, me place su visita y su apreciación de la historia samaritana. Son muy enriquecedoras sus poesías de viajero nacido en el Perú. Saludos cordiales.

Critica: