confecciones de Paul Leduc.

poema de Acero etereo

No recuerdo ya cuanto hace que estoy viendo fijamente esta vela consumirse. El tiempo pasa de una forma extraña entre estas húmedas cuatro paredes.
Volteo a verte, tendida en la cama, las sabanas son blancas tus labios violeta, las moscas vuelan alrededor y me advierten entre zumbidos algo que no se descifrar.
Giro bruscamente entonces otra vez, la vista clavada en la blanca vela, queda quizá, un poco menos de la mitad. Quisiera detenerla ahora mismo, en esa forma que la cera chorreante creo, es casi una escultura.
Mis recuerdos se difuminan cunado intento enfocarme en ellos, no sé cuándo ni que paso, pero de alguna forma el cuarto huele a muerte.
En retrospectiva, escribí mucho en mis viejos años, sobre mariposas y primaveras, sobre la danza que crea la vida y que a cada momento regenera. Fui feliz entonces. Fui feliz.
Cuando releo lo escrito hace años atrás, puedo ver como este gigante monstruo, inconmensurable e inimaginablemente grande; que algunos se atreven a nombrar: depresión le llaman, se fue poniendo cómodo y se sentó a mi lado, para guiar mi mano y mis actos. Se tragó lo que alguna vez ame, pero esto no es lo peor. Lo peor es que a mí, me deja para lo último, que gran glotón. Me come lentamente, mientras se alimenta de los que me acompañan.
El cuarto huele a muerte.
Dios quiero soplar esta vela, pero no quiero quedarme a oscuras con las moscas y con esas pequeñas larvas blancas. El cuarto, huele a muerte.
¿Hubo un punto de quiebre? Claro, siempre lo hay. Pero no sé donde comenzó, o como, o cuando. Incluso puede que lo sepa, pero la señora depresión esta en mis recuerdos también, son tan suyos como míos, soy tan suyo como ella es mía. Somos dos amantes locos el uno por el otro y aunque ambos sabemos que nos hacemos mal, ni el uno ni el otro se quiere dejar.
Hace tanto nos acompañamos, en este punto somos como un violín y su arco; donde yo soy el violín y ella el arco, puedo ser tocado, pero nunca emitiré el sonido que suena cuando estoy a su lado.
La vela ya esta sobre la mesa, ha rebalsado el quebrado plato que la mantenía en pie, queda poco mi amor, solo una frase más y me iré.
Mucha gente no lo sabe, pero es difícil escribir con los grillos y las polillas amontonándose sobre la pantalla y el teclado. Saben, esa es una buena descripción de cómo se siente estar solo.
Uno llega al punto de amar más a estos grillos y polillas, porque sabes que ahí están, que no estás solo. Así se siente estar solo. Se siente como un cuarto oliendo a muerte.
La miro de nuevo, pero no puedo evitar apartar la vista. La vela está a punto de apagarse.
Y yo sigo preguntándome, que hare con el cadáver.
Creo que aún queda un pinchazo, no estoy seguro donde esta, en algún lugar de este desastre hay una jeringa y una dosis más de heroína.
Mi último pensamiento antes de caer inconsciente fue el siguiente:
¿Hubiera yo sido un gran amigo de Jack Kerouac, hubiéramos ido los dos al gran sur?
Recuerdo las páginas de aquel libro, sobre todo las finales, donde finalmente uno puede ver la decadencia de un escritor, sonde vemos el dolor punzante en toda alma humana, donde se nos revela el delirium tremens.
¡No puede ser cierto, la vela se apagó!
Tiene que haber otra en algún lugar, no estoy listo para acompañarte amor mío, no todavía, queda algo que decir…